Presidente de Junta: más que un título

Por Eric Duport Jaramillo

En un país con cortos antecedentes en materia de profesionalización de juntas directivas, las nominaciones para pertenecer a dicho órgano resultan tener todavía un carácter honorífico. Generalmente se asume dicha responsabilidad, desconociendo las complejidades y responsabilidades mismas del cargo y se asiste a las reuniones con ánimo colaborativo, atendiendo al llamado del gerente para revisar informes de gestión, obviamente acomodados a sus intereses.

Lo anteriormente descrito, no solo ocurre por la falta de preparación para ocupar dicho cargo, que nada tiene que ver el grado de profesionalización de la persona en su campo o profesión, sino por la ausencia de presidentes de junta que asuman adecuadamente su función.

El término presidente no solo demuestra la importancia del cargo, sino el alto grado de responsabilidad que le cabe a quien asuma dicho rol. Y para ello, no cualquiera tiene el perfil adecuado para serlo, en primer lugar, porque el presidente de una junta debe tener habilidades de facilitador. Conozco infinidad de casos en los cuales el presidente es el que habla más duro, o el que hizo campaña para serlo, asumiendo dicho cargo como un rol de autoridad y no de responsabilidad. Estas personas por lo general dividen el órgano de decisión o lo fraccionan, perdiéndose la oportunidad de tener un escenario donde fluya la comunicación y el ambiente de colaboración.

En segundo lugar, el presidente debe ser altamente respetado tanto por sus colegas, como por la administración de la organización. En efecto, quien asume dicho cargo lo hace por su capacidad integradora, en donde debe poner de lado su ego, buscando siempre los mejores intereses para la empresa.

El presidente debe tener igualmente la capacidad de garantizar que el manejo de la información se presente de forma acertada y equilibrada entre la junta y la gerencia. Es decir, debe evitar los excesos de información solicitados por la junta, que lo único que logran es entorpecer la actividad de la administración, y debe garantizar que la información entregada a la junta sea aquella que se ha definido como pertinente para la toma de decisiones estratégicas y de control. Así, se evitan igualmente los tradicionales “ladrillos”, que nadie se lee y que comprometen seriamente la responsabilidad de la junta directiva.

Para que lo anterior encuentre su justo equilibrio, el presidente debe tener tiempo suficiente para planear la reunión con el gerente, definiendo los temas a tratar, los tiempos que se asignarán a cada tema y los invitados, si es del caso, que se llevarán a la junta. Así mismo, al momento de la reunión, deberá garantizar que el orden del día se cumpla de forma estricta, que los temas se toquen garantizando la participación de los miembros, incluso de aquellos que son más reservados o contradictores, con el ánimo de profundizar en los debates y que las decisiones que se tomen cuenten con un alto grado de información y deliberación.

El presidente es igualmente un garante de las reglas corporativas de la empresa, siendo además el enlace entre los accionistas, la junta directiva y la administración. De esta forma se evitan intervenciones indebidas de algunos miembros en los asuntos internos de la empresa, o fraccionamientos peligrosos en la junta por intereses particulares de grupos de accionistas.

En síntesis, el presidente de junta directiva no es únicamente el que firma el acta y dirige la reunión con algún conocimiento de procedimiento parlamentario. Es la persona que dirige el órgano más importante de la organización y garantiza que el mismo cumpla su deber de generarle valor a los accionistas y demás grupos de interés de la empresa.

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