Por Eric Duport Jaramillo
Por esta época del año es muy común ver cómo hemos tenido que destinar parte de nuestro valioso tiempo a actividades que poco nos generan recursos, pero que son importantes para nuestra vida, e incluso nuestro presupuesto. En efecto, quienes vivimos en copropiedades tuvimos que asistir a la asamblea ordinaria del edificio o conjunto cerrado a oír el informe de gestión del administrador, a elegir el consejo de administración y al revisor fiscal y en algunos casos, a participar de la decisión de si se aprueban o no cuotas extraordinarias. Tan claros son los reglamentos, que si existe quorum para decidir, la asamblea será soberana para tomar estas determinaciones, siempre y cuando se hayan cumplido las formalidades de convocatoria y desarrollo de la reunión.
Por otro lado, si participamos de algún modo en una entidad sin ánimo de lucro, en algún club social o incluso como corporados en el colegio de nuestros hijos, lo que menos queremos es que en las asambleas otros decidan por nosotros, cuando dichas decisiones tendrán un efecto directo en nuestro bolsillo o en la calidad de lo que se ofrece desde esas entidades.
Cada vez más, las personas se preocupan por este tipo de reuniones que en cierta medida, lo que buscan es generar transparencia y publicidad sobre las actuaciones y las cifras de las entidades a las que pertenecemos.
Pero cuando se trata de nuestras empresas, aquellas de las cuales somos responsables en la gestión o simplemente como socios, muy pocas veces se verifica que este tipo de reuniones se realicen, o por lo menos, con los procedimientos formales que dictan las leyes de nuestro país. Muy poca importancia le damos por ejemplo a los informes de gestión del administrador, eso tal vez porque su gestión no se mide por indicadores o presupuestos previamente aprobados, sino por el cheque mensual que nos pagan con las mal llamadas utilidades anticipadas. Nos parece lógico que el revisor fiscal sea sugerido por el gerente por la gran confianza que éste le genera y que el acta de nombramiento sea hecha por el contador de la empresa.
No se cumple con el tiempo y la forma para realizar la convocatoria, el acta de la reunión no se asienta en el libro de actas de la empresa (si es que existe), la enajenación de acciones es informal o reposa en un contrato bilateral cuya información nunca es anotada en el libro de accionistas y muchas otras situaciones que nunca permitiríamos que sucedieran en nuestra copropiedad o club, pero que sí toleramos en nuestras empresas por alguna extraña razón.
Conozco casos de socios de empresas que han pasado la vida entera confiando en los administradores y el día menos pensado han resultado seriamente decepcionados y hasta tumbados por quienes tenían el manejo de parte de su patrimonio. Sin duda alguna estos socios culpan de todos sus males al administrador, olvidando que el hecho de ser socios o miembro de junta directiva nos impone unas obligaciones y nos da el derecho para mantener un control sobre la administración y de esta forma, sobre los resultados de la empresa.
Pese a que las normas sobre el funcionamiento y el gobierno de las empresas existen desde siempre, el mundo moderno nos está invitando a ser más conscientes del manejo de nuestras organizaciones. Toda la atención que ponemos en las entidades a las cuales estamos vinculados, debe ser el parangón para hacer la planeación, el seguimiento y el control de las empresas en donde tenemos gran parte de nuestras inversiones.
Al final de cuentas, una empresa con buenas prácticas de gobierno y dirección transmite la confianza necesaria para brillar en el mercado, permitiendo fortalecer las relaciones tanto con sus socios, como con todos los actores que tienen vínculos directos o indirectos con la organización.
¿Vale la pena entonces mirar la viga en el ojo propio?