Por Eric Duport Jaramillo
En nuestra sociedad, pertenecer a una junta directiva es cuestión de estatus y si hace parte de varias, puede alcanzar un nivel de reconocimiento tal que lo enmarcarán como un experto empresarial. Si alguien pregunta quién quiere pertenecer a una junta directiva, serán muchas las manos que verá levantadas para hacer parte de tan prestigioso encargo. Esto que suena caricaturesco, no es más que la errada concepción y la falta de conocimiento sobre las funciones y, sobre todo, las responsabilidades que de dicho cargo se desprenden.
Jay Lorsch, profesor de la Escuela de Negocios de Harvard señala que “las juntas son como los bomberos: pasan la mayor parte del tiempo en total inactividad, hasta cuando inesperadamente suena una alarma y actúan frenéticamente”. Esta actitud reactiva, además de demostrar el desconocimiento de los deberes que se tienen como miembro de una junta, aumenta exponencialmente la responsabilidad que se asume por el hecho de pertenecer a ella.
En efecto, el artículo 24 de la ley 222 de 1995 señala lo siguiente: “Los administradores responderán solidaria e ilimitadamente de los perjuicios que por dolo o culpa ocasionen a la sociedad, a los socios o a terceros…”. Dos artículos antes, la misma norma había equiparado a los miembros de junta directiva como administradores de la sociedad y por lo tanto les cabe la obligación de responder, con su propio patrimonio, por las acciones u omisiones que perjudiquen a otros.
Es ahí, sobre todo, donde se debe hacer mayor énfasis en la importancia y responsabilidad de pertenecer a este órgano directivo, no solo porque estamos acostumbrados a escuchar presentaciones tediosas de los gerentes, sino porque entre el aburrimiento y el almuerzo, muchas veces se terminan aprobando proposiciones que pueden parecer simples, pero que por la falta de rigor en sus análisis, o la poca información que sirve de sustento para la toma de la decisión, pueden llevar a las empresas a la quiebra o a cometer incluso actuaciones ilegales.
En Colombia se presentó un caso de estudio en el cual una reconocida empresa lanzó al mercado un paquete promocional que a simple vista parecía extraordinario para la captura de nuevos clientes del mercado celular. Pues la promoción fue tan exitosa que desbordó las proyecciones de la gerencia, haciendo que la empresa fuera incapaz de atender a sus nuevos clientes de manera óptima, lo que llevó a un desenlace económico catastrófico para la compañía. Las autoridades investigaron a fondo el caso y lo que encontraron, para sorpresa de todos, es que la junta directiva nunca evaluó los riesgos asociados a la promoción y además, dejaron en cabeza de su gerente dicha decisión.
¿Tienen o no responsabilidad los miembros de esta junta directiva en la quiebra de la empresa? ¿Si a usted lo hubieran invitado a participar de esta junta desde el comienzo, habría aceptado? ¿Si el gerente de la empresa es una persona ampliamente reconocida por sus habilidades en los negocios, usted se hubiera opuesto, así fuera la voz disonante en la junta?
El ser miembro de una junta supone de entrada que se tiene la capacidad suficiente para expresar las opiniones, así sean contrarias a las de la gerencia y de los colegas de la junta. Ese es el verdadero valor agregado que puede suponer participar en un órgano que tiene como función específica, mitigar los riesgos de la compañía y orientarla estratégicamente en la búsqueda de los mejores resultados para sus inversionistas y la sociedad en general.
La próxima vez que lo inviten a participar en una junta, evalúe si conoce el sector de la empresa, si su experiencia puede aportar estrategicamente al desarrollo de la misma, si tiene tiempo suficiente para estudiar información de la empresa antes de las reuniones, si tiene el carácter para argumentar sus puntos de vista, y finalmente, si está dispuesto a arriesgar su patrimonio por unos honorarios que generalmente son irrisorios.